martes, 13 de julio de 2010

¿Es lícito confundir la prosperidad de una clase con el bienestar de un pueblo?

¿Es lícito confundir la prosperidad de una clase con el bienestar de un país?

Una brecha en la historia

Hace mucho, pero mucho tiempo, que he venido escuchando sobre el notorio crecimiento económico que ha sufrido la República Dominicana en la última década.

Los expertos muestran estadísticas fabulosas, con suntuosos números como sacados de un Cuento de Hadas que ratifican real y efectivamente un vasto aumento en nuestra economía nacional, con grandes perspectivas para un futuro prometedor que llevará a nuestra nación hacia un definido desarrollo. Pero tal parece, que esa engañosa historia está totalmente divorciada de nuestra maltratada realidad.

Aquí la verdad es otra. En mi país los ricos cada día que pasa aumentan más y más sus aparatosas cuentas en bancos nacionales y extranjeros a base de la explotación de los obreros, a quienes les pagan sueldos miserables que no alcanzan para las tres calientes.

Aquí la evasión de impuestos de las grandes empresas es un lucrativo deporte que se devuelve con amplios beneficios a favor del respaldo del candidato en la campaña electoral, para que éste, a sus ves, retorne el agasajo con privilegios y beneplácitos al llegar o mantenerse en el poder

Aquí el rico es un dios, dueño y señor del país; el cual inventa, quita, pone y usa las leyes a su conveniencia y antojo.
Pero lo peor de todo de este satírico drama es que las autoridades tienen total y absoluto conocimiento de quienes son los ladrones, homicidas y corruptos de la alta sociedad y aun así no hacen nada. Demostrando con esta actitud que la justicia no es tan ciega, imparcial y neutral como quieren pintarla.

Aquí, en dominicana, con el dinero del que despojan, desfalcan y roban al pueblo, los ricos, fabrican ostentosos castillos, pasan sus vacaciones en hoteles de cinco estrellas, compran automóviles que parecen palacios andantes y disfruta de los mejores coñac para amortiguar su ardua labor de trabajo. Mientras al doblar la esquina los ancianos mueren por no contar con los recursos necesarios para comprar una receta, otros tantos niños fallecen por desnutrición, miles de escuelas en situaciones paupérrimas las cuales no cuentan con los recursos necesarios para ofrecer una real educación de calidad.

Nuestra clase media se axificia en medio de este caos. El alto costo de la vida se ensancha como implacable monstruo a una sociedad que tiene deseos de crecer.
Las despiadadas tarifas eléctricas, los altos impuestos, la devaluación del peso y la falta de circulante nacional destruyen a los pequeños y medianos comerciantes, provocando de esta manera una amplia ola de desempleo en todo el territorio nacional.

¿Y es a esto que nosotros llamamos crecimiento?
¿Qué grandioso desarrollo puede existir en una sociedad como la que hemos descrito?

Mí querido lector y le pregunto una vez más:

¿Es lícito confundir la prosperidad de una clase con el bienestar de un país?

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