martes, 24 de agosto de 2010

Trujillo: monopolio, agricultura y el veintiocho

No es un secreto para nadie que Trujillo administraba el Estado Dominicano como si fuera su empresa personal, y debido a la rectitud con que manejaba “su finca” el país vivió durante la Era el período de mayor crecimiento económico durante toda su vida republicana. Este crecimiento económico tuvo su raíz en la política de exportación agrícola y mineral implementada en los principales productos como: caña de azúcar, café, cacao, tabaco, arroz y sal.
Este desarrollo en la económica agropecuaria tiene varias razones que debemos destacar, por ejemplo:
1) La mano de obra utilizada en las labores de algunos campos de concentración era realizada por presidiarios, que eran obligados a realizar trabajos forzados aun después de haber cumplido condena; lo que representaba un ahorro significativo en las ganancias de las empresas trujillistas, ya que a estos no le pagaban, y de igual forma, los que custodiaban los reos cobraban en la nómina del Estado.
2) Si aunamos a esta práctica el monstruo monopolio de Los Trujillo, en el cual, si quería comprar sal, tenía que comprársela a la única distribuidora que había en el país propiedad del Trujillo, al igual que el alambre, zapatos (Fadom), cigarrillos (socio de la tabacalera), seguro (San Rafael) etc., lo que explica el éxito de su empresa y también de donde venía la fortuna de uno de los hombres más ricos del mundo en la década del 50.
Muchos de los presos tomados en redadas eran enviados como obreros a las Colonias Arroceras de Nagua o al Sisal de Azua, al llegar se les ponía una camisa roja para identificarlos y se les obligaba a trabajar desde muy temprano en la mañana hasta la puerta del sol como vulgares esclavos; eran alimentados por miserables raciones de comida y al que intentara fugarse se le aplicaba la ley de la fuga, y si lo agarraban vivo, lo ahorcaban.
El clima de aquellos dos lugares era totalmente disimilares, mientras que en el sisal los trabajadores eran quemados por el terrible sol del sur, en Nagua era todo lo contrario, un clima muy húmedo con enjambre de mosquitos y sanguijuelas.
Aquellos lugares eran un verdadero infierno, en donde el único medio para escapar era simular la locura y llegar al manicomio de Nigua. Los soldados para ratificar que los prisioneros no lo estaban chantajeando, les hacían comer sus excrementos, les aplicaban la prueba de la mayoneta y si pasaban, iban a buscar su libertad al Hospital Psiquiátrico Padre Billini, en donde el Doctor Antonio Zaglul los recibía, le ponía un tratamiento de unos días y luego le daba de alta.

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